domingo, 17 de junio de 2018

El sensor atrapa a los sentidos

La fruta que emite sonido del estudio Playtronica.
La fruta que emite sonido del estudio Playtronica.
La mano se convierte en un piano. Ella coge una placa repleta de chips por un extremo. Él la sostiene por el otro. Ella mueve sus dedos por la extremidad de él como si tocara un teclado. El tacto crea un sonido modelado por la conductividad eléctrica de sus dos cuerpos. Él hace lo mismo y continúa la melodía. Así, el estudio Playtronica presenta en el congreso de tecnología y creatividad Sonar+Duna nueva forma de interacción en una mesa con tres piñas americanas que, al apretarlas, emiten tres notas distintas que permiten seguir con la improvisación. Un aparato más pequeño equipado con un sensor de luz sirve para escanear colores en una pequeña noria decorada con pedazos de tela de tonos básicos. Cada tinte suena y empieza la sinestesia: los colores se oyen y los sonidos se visualizan.
El micrófono del aparato es el mismo que utiliza la NASA en el programa de exploración de Marte 2020. “La capacidad de percibir la música entre dos personas difiere más que la forma en la que hablan”, asegura Dragan Petrovic, consejero delegado de Nura. La compañía comercializa unos auriculares que, antes de utilizarlos por primera vez, realizan una prueba automática de cómo percibe el sonido el sujeto que los lleva. Con un sistema respaldado por un cirujano auditivo, los auriculares lanzan durante aproximadamente un minuto una ráfaga de frecuencias dentro del oído. Las ondas entran al sistema auditivo y rebotan en forma de un rumor casi imperceptible, señal que un sensor es capaz de procesar. Así, crea el perfil personalizado y las canciones se pueden escuchar con la intensidad de las frecuencias ponderadas para mejorar la percepción del oyente.
También por el canal auditivo y hasta el nervio vestibular, un sensor de lo más humano, se cuela el montaje artístico de The Zero Gravity Band, que a través del un sonido envolvente y un montaje de luces induce al espectador a sentir la gravedad cero en su cuerpo. El mareo provocado invita a tumbarse por completo dentro de una cúpula en forma de nave espacial —en línea con el leitmotivextraterrestre de la 25ª edición del Sónar— donde se puede disfrutar de la obra. Uno puede llegarse a plantear si hubiera sido mejor entrar bajo los efectos de una biodramina.
El artista Zach Lieberman busca la belleza del código informático. Lo transforma en lenguaje poético. Tiene una escuela en Nueva York con un plan de estudios que gira entorno a esta idea. En su exposición en Sónar+D, un sensor de imagen toma un selfie de quien tiene delante y, al instante, lo transforma en un cuadro en movimiento. También en la realidad aumentada se basa su app que muestra el audio que sale de la boca de las personas en una imagen compuesta según el espectro de sonido que le corresponde. Imagina que las ondas serían así si se pudieran ver.
Trabajo de Zach Lieberman.
Trabajo de Zach Lieberman.
La búsqueda de las experiencias inmersivas es una constante en los pasillos del congreso. En el espacio de realidad virtual, esta sensación entra en su cumbre. En el audiovisual Micro Giants de Yifu Zhou las gafas de realidad virtual llevan al micromundo de los insectos. Viendo las plantas más pequeñas como si fueran árboles gigantes, uno se siente como dentro de la película Cariño, he encogido a los niños. Las sensaciones son agridulces: una pareja de mariquitas hace el amor y acaba atrapada en una telaraña. La cadena alimentaria sigue y, al final, mueren (casi) todos.
Por su creciente omnipresencia lo virtual es cada vez más real. El proyecto Bitbump (IED Barcelona) es un híbrido. Permite imprimir una playlist en un vinilo físico, coloreado según el patrón de las canciones. Al enfocar el disco con el móvil, cobra vida y muta en una pantalla.

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