viernes, 5 de agosto de 2016

La cara menos lúdica de 'Pokemon Go' no es virtual

Llegó ese fatídico momento en el que debemos plantearnos si lo atractivo no es también dañino a largo plazo. Uno de los mayores peligros a los que se enfrenta la sociedad del futuro es la virtualización de la realidad. Desde el lanzamiento de ‘Pokémon Go’, hace unas semanas, se han llegado a congregar hasta 3000 personas en la Puerta del Sol, Nintendo ha duplicado sus beneficios e internet está inundado de informaciones al respecto. Este increíble éxito nos conduce a una conclusión: las iniciativas en el campo de la realidad virtual van a multiplicarse en los próximos años.
A pesar de la diversión que produce este juego y la euforia provocada por la novedad que supone en el campo de la realidad virtual, la moneda presenta otra cara menos alegre. Y es que, como ya ha advertido el director de cine Oliver Stone, el juego le proporciona a Google un alud de informaciones sobre nuestros desplazamientos y nuestras costumbres, que serán usadas posteriormente para fines comerciales. Así que el juegotambién representa una nueva etapa hacia una publicidad inteligente, que sabe dónde estamos, lo que queremos y cuando lo queremos. No hay que olvidar que cuando jugamos a ‘Pokémon Go’ estamos geolocalizados y cualquiera que consiga acceder a los servidores sabe dónde estamos, cuáles son nuestras rutinas o cuando estamos fuera de casa. Además, cuando este concepto de juego se extienda, ¿quiénes serán los desarrolladores de estas aplicaciones que dirigen nuestros desplazamientos? Y, sobre todo, ¿con qué fines, y quienes, se beneficiarán de las informaciones recogidas?
Por otro lado, está el problema más moral: los juegos de realidad aumentada contribuyen ampliamente a disipar nuestra frontera entre realidad y ficción. Ya que buscan fusionar nuestra realidad física con la virtualidad del juego. A largo plazo, según qué juegos y las horas que se les dedique, quién sabe el impacto que puede tener sobre nuestras mentes y cómo nos puede distanciar de la realidad tangible. Además, ¿qué efectos puede tener vincular de esta manera realidad y ficción durante el proceso de formación de un cerebro? Todas estas preguntas se deberían estudiar a medida que se desarrollan estas innovaciones para así poder reglamentarlas y evitar perder el control.
Todo esto no quiere decir que la realidad aumentada no tenga su lado útil, posiblemente pueda aportar mucho a campos como el de la medicina o la arquitectura, para visualizar el resultado de una obra, por ejemplo. Así como las aplicaciones 3D han permitido desarrollar nuevos tratamientos de ortodoncia. Y, quién sabe, es posible que se consiga entrelazar de tal manera realidad y ficción en un futuro que vivamos en un mundo virtualizado.
Que unas gafas se superpongan a nuestros ojos para ver sol allí donde hay nubes e impresionantes monumentos en lugar de llanuras, crear ciudades de hielo en desiertos y experimentar lo que jamás creíamos posible. Pero esto nos hace pensar: ¿es lo que queremos realmente? ¿Hasta dónde puede llegar esto? ¿Qué consecuencias puede tener? ¿Y qué intereses pueden subyacer en estas tecnologías? No quiero parecer retrógrado, solo digo “cuidado”: cambiar la pelota, la Game Boy, los ‘gogos’ y las cartas por móvil también tiene sus peligros.

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