miércoles, 4 de mayo de 2016

La Met Gala 2016 confirma que la tecnología wearable no hay quien se la ponga



© Getty Images

Will.i.am, o por qué todavía nadie en su sano juicio saldría a la calle con un visor de realidad virtual/aumentada.

JAVI SÁNCHEZ


Andrew Bolton sabía cuál era el problema de dedicar la última exposición de moda del MET al futuro y la tecnología: sin un mínimo de inteligencia, la muestra se habría parecido más al catálogo de cachivaches de un CES o cualquier otra feria de tecnología de consumo que a algo dedicado a la moda. La misma razón por la que gente tan poco sospechosa de despreciar la tecnología como Jony Ive -el diseñador jefe de Apple, copatrocinadores de la gala-, Diplo o Grimes se plantaron en la gala sin un atisbo visible de máquinas en su vestimenta. La misma por la que Google Glass está en el limbo: todavía no hay manera de vestir bien llevando un trozo de futuro encima.

Bolton ha dedicado la exposición, con un buen juicio envidiable, a la tecnología al servicio de la moda. A la evolución de las técnicas y materiales que usamos para vestir: tejidos impresos en tres dimensiones; técnicas de corte y confección con láser; fibras “inteligentes” que han dado el salto del terreno deportivo a una revolución en el mundo del traje masculino, con piezas más flexibles, resistentes y cómodas que nunca…

La tecnología sí está influyendo en cómo vestimos, incluso en aspectos que no pueden entrar en la exposición, como los centros de datos que recopilan al segundo las tendencias de todo un planeta o los de logística encargados de que las más de 6.300 tiendas de multinacionales como Inditex funcionen al unísono. Lo de menos son detalles como el de Idris Elba combinando un smartwatch con su Tom Ford -gesto que pocos hombres de la gala siguieron, aferrados al reloj clásico-; o ver a Suzy Menkes con su iPhone en mano dispuesta a fotografiarlo todo -como corresponde a una editora internacional de moda para Vogue digital-. Son anécdotas.

La razón es sencilla: la tecnología aún tiene problemas para convertirse en moda. Problemas de comodidad, de estilo, de función y, sobre todo, de autonomía. Es la misma razón por la que el Apple Watch tiene problemas para convertirse en la Gran Cosa Nueva (nadie quiere todavía un reloj que hay que cargar cada par de días) y por la que el mundo mira con horror a todo el que se pone un casco de realidad virtual. Ahora que el mundo está lleno de smartphones, los próximos candidatos a "cosa sin la que no puedes vivir" tienen que enfrentarse al mismo dilema que sufrieron los smartphones hace 20 años, cuando aún se llamaban portátiles.

Al igual que los ordenadores e Internet han tardado bastantes años en convertirse en algo que llevar en el bolsillo, todavía les queda un trecho por delante para convertirse en ropa o complementos aceptables. Es decir, la idea de Mark Zuckerberg de hace unas semanas: normalizar la tecnología, convertir los visores de realidad aumentada en gafas normales, no en un accesorio salido de Star Trek.

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