La pregunta reiterada que recibió este periodista de algunos conocidos cuando supieron que había podido experimentar eso de ponerse unos anteojos con computadora incorporada, demuestra la expectativa que generan: "¿En serio probaste los Google Glass?".
Por cortesía de Maximiliano Firtman, programador independiente que, por ser miembro del programa Explorer de Google, es uno de los 2000 poseedores de Glass, el diario argentino LA NACION tuvo, esta semana, la oportunidad de ver a través del cristal de la revolución digital. Fue en ocasión de la conferencia para desarrolladores que Firtman ofreció en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Palermo, el miércoles último. El equipo en cuestión no es un producto final, sino un prototipo. "A veces se cuelga y la batería dura poco, alrededor de cuatro horas", aclaró Firtman de entrada. Sin embargo, el prototipo cumplió muy bien con su meta de demostrar esta nueva tecnología.
La experiencia Glass es muy diferente de lo que uno se imagina de antemano. La realidad circundante no queda automáticamente cubierta por etiquetas de realidad aumentada, ni mucho menos. Eso alguna vez ocurrirá, pero no es la idea detrás de Glass. No todavía, al menos.
De hecho, y es un acierto, las imágenes proyectadas en pantalla no se superponen con nuestra vista. Luego de un primer instante de incertidumbre perceptiva, usar los Glass asombra, porque la solución -que ni es nueva ni es idea de Google- es muy práctica. La pantalla queda sobre el ojo derecho y hace falta mirar un poco hacia arriba para ver las imágenes; la proyección se ve como un LCD convencional a dos o tres metros de distancia. Al principio, parece demasiado pequeña, pero luego la vista se adapta y aparece clara, distinta y más grande de lo que sugería la primera impresión. O, más bien, de un tamaño confortable.
Los Glass son muy livianos; más que un par de gafas convencionales. Claro, no tienen cristales; es sólo el armazón, que contiene la electrónica, con el pequeño prisma donde se proyectan las imágenes. Pero el plan a futuro es que las empresas los vendan con lentes, incluso con los recetados.
El dispositivo es un tributo a la miniaturización: tiene integrada una pantalla de 640 x 360 pixeles, una cámara de 5 megapixeles capaz de tomar fotos y grabar videos, se conecta a redes por medio de Wi-Fi, tiene Bluetooth y es capaz de usar una conexión de Internet celular 3G o 4G. Es, lógicamente, una computadora, con un cerebro electrónico de doble núcleo a 1,2 GHz, 1 gigabyte de RAM, 16 gigabytes de almacenamiento interno, GPS, acelerómetro, magnetómetro, giróscopo, micrófono y auricular de transducción ósea, entre otras cosas. Veinticinco años atrás, un equipo con 700 veces menos memoria y 400 veces menos espacio de almacenamiento pesaba 20 kilos. Los Glass pesan 42 gramos.
La computación de vestir es un viejo sueño de la tecnología digital. Accenture e IBM proyectaron equipos prácticamente idénticos a los Glass hace más de 10 años, pero Google se encontró en la posición correcta para hacerlos realidad. La combinación de su sistema operativo Android con su reciente pero exitosa experiencia con los smartphones y sus servicios online (los prototipos Glass sólo se pueden usar, de momento, con una cuenta de Google) cuajan sin fisuras en estos anteojos futuristas. Y el factor que corona este proyecto son las apps , y Google es, junto con Apple, el gran ganador en el mercado del software móvil.
Ejemplo para nada casual: en la semana se supo también que Google había comprado la compañía israelí Waze, cuya app de tránsito para Android y iPhone es no sólo inteligente, sino muy popular. Waze funciona sobre una lógica muy simple. Al ponerla en marcha en el celular, sin que hagamos nada, informa a Waze a qué velocidad vamos con el auto. Con la información de todos los conductores conectados, la app traza un mapa fidedigno del estado del tránsito. Pues bien, bastaría poner Waze en los Glass para que veamos en la pantalla, de un vistazo, si nos estamos acercando a un embotellamiento. Aunque no es lo que pudimos experimentar el miércoles, los Glass harán foco, claro, en las aplicaciones de realidad aumentada. Están por venir. De entrada, hay que decirlo, toda la idea de los anteojos con computadora integrada parece algo demasiado geek para atraer al gran público. Disiento, luego de esta experiencia.
OK, Glass
El rato que usé los Glass -y he probado toda clase de aparatos en mi vida- fue decisivo. Los anteojos de Google pueden convertirse en objetos muy populares. Al girar la cabeza los mapas giran en concordancia. Basta decir "OK, Glass" para ir al menú principal, y una simple orden verbal ("Take a picture") toma una foto casi al instante. Deslizando el dedo por la patilla de la derecha se controla una suerte de línea de tiempo que va desde lo que hemos hecho antes hasta lo que tenemos programado en las próximas horas, entre otras cosas.
La visión no queda obstruida por la pantalla, que sólo se mira cuando hace falta, y el display puede ajustarse en la posición que resulte más cómoda. Cierto que en este momento los Glass son más grandes, llamativos y definitivamente más raros que los anteojos más raros que uno ve por ahí. Tienen, vistos de afuera, algo de ortopédico. Pero esto podría cambiar con buenos diseños y, queda claro, la capacidad de reducir el tamaño de la tecnología es algo que esta industria ha aprendido a hacer hace rato. Por otro lado, alguien hablando solo por la calle hubiera parecido, hace dos décadas, un loco. Hoy sabemos que está al teléfono.
La computación de vestir es algo de lo que se viene hablando desde hace más de 35 años, pero nunca terminó de llegar a equipos de uso civil. Por eso fui a la reunión en la Universidad de Palermo con pocas expectativas. Había leído un número de reseñas, pero las experiencias son bastante intransferibles. Luego de probar Glass estoy convencido de que Google tiene algo. Los anteojos digitales traerán nuevos desafíos respecto de la privacidad, el acceso a la información e incluso la salud; la misma Google advirtió sobre dolores de cabeza y cansancio de la vista causados por los Glass, y desaconseja firmemente su uso en chicos. Todavía más, los Glass podrían resultar mucho más riesgosos para el que conduce un auto que hablar por celular. Pero, de momento, es la primera vez que la computación de vestir tiene alguna chance de hacerse realidad.
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