En la era de las ciudades inteligentes y del Internet de las Cosas, la industria española se encuentra también ante la denominada cuarta revolución industrial. Un reto que, de lograrse, contribuirá a la reindustrialización del país y supondrá un potente impulso para la economía. En su día, Europa y también España, quedaron descolgados de la revolución que supuso la aparición de internet al no ser capaces de vislumbrar la oportunidad, quedándonos al margen del impulso económico que ha supuesto para Estados Unidos la aparición de empresas como Amazon, Google o Facebook. Con la irrupción del Internet of Things se vuelven a repartir las cartas, o, como explica, el consejero delegado de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, es como si en medio de una carrera de Fórmula 1 tuviese que salir el coche de seguridad a la pista permitiendo a los que se han quedado rezagados acercar posiciones y, porque no, ganar la carrera.
Europa mira con esperanza a este nuevo concepto de "fábricas inteligentes" en el que confluyen el mundo de la información (el IT) con el mundo físico de las máquinas y de la producción (el OT) para optimizar el proceso productivo y ganar flexibilidad a un precio bajo. Realidad aumentada, utilización del big data o de la inteligencia artificial son algunas de las cosas que están ya a disposición de la industria. Se trata en definitiva de aplicar el potencial de la conectividad a la fabricación, logrando en el camino beneficios para una mayor seguridad, eficiencia, competitividad, y algo cada vez más crítico: la posibilidad de adaptar el producto a las necesidades concretas del usuario, rozando una flexibilidad casi infinita.
Si nos centramos en el caso de la industria española, es inevitable remontarnos en el tiempo para entender cuál es el punto de partida: en los años previos a la crisis de 2008 se promovió la desindustrialización a favor de otros sectores y, durante la crisis, las pequeñas industrias han mantenido su competitividad a corto plazo sacrificando, en gran medida, la inversión en modernización y nuevas tecnologías, lo que las sitúa en una posición de debilidad.
En este sentido, nos hallamos ante un sector en el que la automatización está fuertemente consolidada, pero en el que la inteligencia aplicada a la producción y a las operaciones asociadas escasamente ha despegado; disponemos de fábricas automatizadas pero no optimizadas. Además, el grado de adopción de tecnología en los procesos de fabricación presenta una situación muy desigual en función del segmento industrial, la presión competitiva o las particularidades de la propia empresa.
Sectores como el agroalimentario, el del automóvil o la química fina, no obstante, despuntan como las industrias más avanzadas en cuanto a la adopción de las tecnologías de la Industria 4.0, motivados en buena parte por las características intrínsecas de cada una de ellas. Mientras que la industria del automóvil se caracteriza por ser un sector muy global y competitivo donde el precio unitario de producción es crítico, el sector químico y el agroalimentario encuentran en la adopción de estas tecnologías la respuesta a las necesidades de transparencia y trazabilidad que la regulación les exige.
Pero, ¿cuáles son las trabas que están impidiendo una completa implementación de un modelo de Industria 4.0 en España? Básicamente, podríamos hablar de cinco grandes obstáculos. En primer lugar, y dada la falta de inversión en renovación tecnológica, las plantas de producción españolas carecen de la infraestructura digital necesaria para integrar Internet de las Cosas y deben hacer un esfuerzo financiero adicional. Por otra parte, la diversidad de tecnologías disponibles en el mercado dificulta la elección de un sistema de digitalización. La poca implementación de estándares y modelos tecnológicos abiertos y el miedo a elegir la tecnología errónea sumado al elevado precio crean una infranqueable barrera de entrada en la Industria 4.0 para muchas pymes españolas. Éstas, además, siguen buscando un retorno de la inversión a plazos muy cortos, lo que dificulta aún más la implementación de estas tecnologías. Finalmente, nos encontramos ante un nuevo escenario en el que la industria tiene serios problemas para encontrar profesionales formados que puedan integrar las capacidades tecnológicas para la automatización, la gestión energética y el entorno IT, tres eslabones clave para este nuevo paradigma de industria.
A pesar de los escollos que indudablemente existen, la industria española se encuentra ante la tesitura de subirse a esta revolución o perder el tren de la competitividad a nivel internacional. Afortunadamente, se están dando pasos, como la reciente presentación de un Plan Estratégico para la Industria 4.0, que parece constatar la voluntad política y de los sectores implicados de, esta vez sí, aprovechar la oportunidad.
Y, ¿cuáles son las claves del éxito que deberá ser capaz de cumplir dicho plan? En primer lugar, incentivar la creación de la infraestructura digital en las plantas de producción mediante la introducción de smart devices que permitan aumentar y enriquecer las interacciones entre la máquina y el proceso, aumentando así la capacidad de adaptarse a un entorno industrial que exige cada vez de mayor flexibilidad. En segundo lugar, tendrá que ser capaz de cuantificar el retorno de la inversión que va a suponer la aplicación de las tecnologías en la industria. La creación de clústeres que permitan a la pequeña industria acceder al Internet of Things de manera mancomunada y el impulso de modelos basados en el pago por uso se convierten en pasos imprescindibles para romper la barrera de entrada a la cuarta revolución industrial por parte de la pymes. Finalmente, será necesario promover arquitecturas de referencia y protocolos comunes que faciliten el salto a la digitalización y, desde el punto de vista de la formación, asegurar que los planes de estudio se adapten a esta nueva realidad para crear a los profesionales que completarán la entrada en la Industria 4.0.
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