NUEVA YORK.- La otra noche, en un bar cerca de casa, había un tipo canoso y con colita que, me pareció, tenía puestos unos Google Glass. El tipo, arrumbado en un codo de la barra, tomaba una copa de vino blanco y leía un libro de bolsillo, sin hablar con nadie. Ni los parroquianos barbudos ni el barman barbudo de Brooklyn parecían notar el cigarro celeste que le asomaba desde la oreja hasta la sien derecha. A veces hacía unos movimientos raros: daba unos ligeros cabezazos hacia arriba, mostrando el mentón, o pestañeaba con fuerza y deliberadamente, como si tuviera basuritas en cada ojo.
Les pregunté a mis amigos si creían que aquel hombre, que tenía un aire a profesor distraído o aabogado defensor, estaba usando Google Glass, la computadora de Google montada sobre anteojos que se opera con la voz y los gestos. Me dijeron que les parecía improbable. Google Glass todavía no está a la venta, me respondieron, y sólo hay unos pocos modelos de prueba dando vueltas. Cuando mis amigos escépticos se distrajeron, me acerqué al tipo, que se llamaba James y que, en efecto, tenía puestos y encendidos los anteojos inteligentes de Google. James, que se moría de ganas de hablar sobre el aparato, me contó que trabajaba como consultor para la industria de la hospitalidad y estaba viendo qué aplicaciones podía tener Glass en los hoteles y bares y restaurantes del futuro.
La reacción del público hacia Google Glass ha sido hasta ahora de cautelosa expectativa. En un momento en el cual existe la sensación de que Internet y las nuevas tecnologías están erosionando la privacidad, la perspectiva de un aparato que saca fotos y filma videos casi en secreto (se prende una lucecita casi imperceptible) ha puesto a varios nerviosos. Pero no a James, que estaba entusiasmadísimo. "Quedate quieto", me dijo, y guiñó el ojo aparatosamente. "Te acabo de sacar una foto." Al ratito apareció mi silueta oscura y movida en un iPad apoyado en la barra.
Otra crítica habitual es que, con la pantalla al alcance de un cabeceo, los usuarios van a confirmar su sometimiento a la tecnología: 24 horas enchufados al correo electrónico, los mensajes de texto, las redes sociales. Google dice que, en sus pruebas, el resultado es el opuesto: como la pantalla de Glass está apagada por defecto y sólo hace lo que se le pide, su uso es más eficaz y, eventualmente, menor. James, que daba la impresión de estar en la etapa de chiche nuevo, no tenía un veredicto. "La verdad es que lo uso todo el tiempo", dijo.
Durante la conversación, que me divertía mucho, noté algo nuevo en mí. Como ya mencioné en esta columna, tiendo a ser bastante optimista sobre el rumbo de la tecnología y su relación con la cultura, pero igual sentí, viéndolo a James, que había algo distópico e impersonal en un futuro donde todo el mundo tuviera una pantalla accesible con sólo pensarlo. Le pregunté entonces qué aplicaciones le veía, cuánta aceptación creía que puede tener. Y me contestó algo que dicen varios y que, si se cumple, me deja un poco más tranquilo. En unos años lo usarán policías y enfermeras, dijo mi interlocutor, y serán útiles en programas de entrenamiento a distancia y otros nichos. Pero no veía una adopción masiva en el mediano plazo. James sacudió la pera, fijó la mirada en un punto incierto y murmuró unas indicaciones que entendí. Después se despidió: "Disculpame, tengo que contestar este mail"..
Hernán Iglesias Illa
domingo, 2 de marzo de 2014
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