domingo, 2 de noviembre de 2014

Realidad disminuida

 
Foto: Nüno
Una de las tendencias más promisorias de la tecnología en nuestros días esaumentar la realidad, adicionándole una capa de información encima. Un buen ejemplo es Layar, un navegador que permite ver en la pantalla del teléfono aquello que la cámara filma, agregándole datos. Esto permite, por ejemplo, locuras como recorrer Berlín viendo el Muro como si aún estuviera en pie. O mirar todas las casas en una cuadra y ver superpuesto a la imagen cuáles están en venta o alquiler y a qué precios sin que haya ningún cartel colocado. Más y mejores aplicaciones aparecen continuamente sacando provecho de esta idea, conocida como realidad aumentada.
Sin embargo, hoy en día en muchos casos el problema no es la falta de información, sino su exceso, la sobreabundancia de estímulos. Por eso para mí hay un concepto igualmente interesante y promisorio, pero menos difundido: la realidad disminuida.
Incluso miles de años antes del aluvión generado por Internet y las redes sociales, la realidad ya era demasiado compleja para nuestras mentes. Como resultado, nuestros cerebros se desarrollaron evolutivamente como geniales máquinas de reducción de la realidad, eliminando detalles innecesarios para la tarea a realizar sin que nosotros siquiera nos demos cuenta. Este rasgo se llama atención selectiva, y es el que nos permite, por ejemplo, mantener una conversación en un bar lleno de gente sin que todas las demás voces nos distraigan.
Un video muy difundido muestra un truco de magia donde el lado de atrás de un mazo de cartas cambia de color. Si tienen una computadora cerca los invito a que lo vean antes de seguir leyendo (http://cor.to/cartas). ¡Vale la pena! Es sorprendente.
En la filmación, un mago dirige nuestra atención a las cartas mientras realiza otros cambios muy grandes delante de nuestras narices, que pasan totalmente inadvertidos. Seamos claros: no es que nuestros ojos no los vean. La corteza visual procesa e informa al cerebro acerca de los cambios. Pero nuestra mente, continuamente bombardeada por un montón de información superflua, elimina de la atención aquellos datos que considera irrelevantes sin que intervenga nuestra conciencia. En otras palabras, nuestros ojos los ven, ¡pero nosotros no!
Pese a la fantástica habilidad que tenemos para hacer esto, esa capacidad evolucionó en un contexto muy diferente al actual. Y la permanente hiperestimulación lleva al límite esta capacidad de nuestro cerebro de filtrar lo superfluo.
Como respuesta a eso aparece el concepto de realidad disminuida, cuya idea es desarrollar aplicaciones que eliminen ciertas cosas del mundo que nos resulte mejor no percibir. Un ejemplo: los auriculares reductores de ruido, comunes en los aviones, que eliminan el molesto sonido ambiente generado por las turbinas para que podamos escuchar sólo la música. En el futuro muchas otras puertas se abren a partir de la posibilidad de hacer desaparecer aspectos del mundo. Algunos ejemplos:
Encontrar nuestro auto en un estacionamiento lleno eliminando todos los demás autos; borrar visualmente las manos de un cirujano para que pueda observar sin estorbos el área que está operando; viajar en avión o en tren apreciando el paisaje en 360 grados como si las paredes no existieran; poner parabrisas en los autos que borren las publicidades distractivas a los lados de la ruta; mirar recitales sin que te tape el tipo alto y lanudo que tenés adelante.
Más allá de estas aplicaciones prácticas, la idea es provocativa e interesante. Así como el fast foodgeneró como reacción el movimiento slow, tal vez es hora de que pensemos algo similar para nuestras mentes, adoptando la realidad disminuida como un antídoto para la hiperestimulación.

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