Larry Page y Sergey Brin han formado durante las últimas dos décadas un dúo inseparable en Silicon Valley. Juntos crearon Google en un dormitorio de Stanford, la universidad de los genios tecnológicos. Y juntos, con 46 años, anunciaron por sorpresa el pasado miércoles que se retiraban de la gestión activa de Alphabet, la empresa matriz cuya principal filial es Google. A partir de ahora quieren ejercer como padres orgullosos de su gran creación: la compañía más poderosa en Internet. La retirada no puede considerarse como una jubilación, porque el poder que tienen sobre la compañía y las acciones que siguen controlando les asegura la jefatura de facto de todo lo que hay bajo el paraguas de Alphabet. Se trata más bien de una desaparición que llevan preparando cinco años, desde el momento en el que depositaron toda su confianza en un ingeniero reconvertido en gestor llamado Sundar Pichai.
Pocos ejecutivos son tan enigmáticos y privados como los cofundadores de Google. De hecho, se han dejado ver en público en muy raras ocasiones mientras Pichai ha dado la cara en las presentaciones de producto, ante los analistas de Wall Street y los legisladores en Washington. En el caso de Larry Page, a su afán de mostrarse reservado contribuye que sufre una parálisis en las cuerdas vocales que le dificulta hablar.
Su historia en común se remonta a agosto de 1996, cuando estudiaban en la escuela de Ciencias de la Computación en Stanford. Page tuvo la idea de crear una herramienta que permitiera organizar la información que empezaba a circular en masa por Internet. Brin le echó una mano para escribir el código fuente de PageRank, el germen de Google. Si se echa un vistazo al currículum de Brin, se puede entender por qué se retira tan pronto. Su objetivo era “tener una gran oficina, un buen sueldo y trabajar más bien poco”. Los viajes frecuentes a lugares exóticos era un detalle importante a considerar para cualquier oferta de trabajo. Tuvo suerte y la explosión de Google le permitió disfrutar de ese estilo de vida mientras experimentaba.
Page y Brin son enormemente ricos. Su patrimonio combinado se apróxima a los 126.000 millones de dólares, repartidos casi a partes iguales. Una ingente cantidad de dinero que les coloca como la séptima y la octava mayor fortuna del mundo, según Bloomberg. El valor bursátil actual de Google se aproxima a los 910.000 millones, pero sus creadores desconocían al principio el verdadero potencial que iba a tener y, un año después de crearla, trataron de vender la compañía por un millón de dólares. Aprendieron la lección y en 2002 rechazaron la oferta que realizó Yahoo por 3.000 millones. A partir de ahí empezaron a expandir sus tentáculos. Compraron el sistema operativo Android, YouTube, desarrollaron el navegador Chrome, crearon Calico (biotecnología), invirtieron en una compañía para extraer minerales en asteroides y en otra para producir carne sintética, etc.
Un peligroso divorcio
A partir de ese momento, coincidiendo con la reestructuración de la compañía en torno a Alphabet, empezaron a desaparecer de la vida pública. Page centró su interés en proyectos futuristas como desarrollar la tecnología para los coches voladores. Brin trabaja en el diseño de un avión para apoyar misiones humanitarias y se ha vuelto a casar con Nicole Shanahan, abogada y creadora de una firma tecnológica, con la que ha tenido una hija en 2018. Larry Page, está casado desde 2006 con Lucinda Southworth, una científica e investigadora con quien tiene dos hijos y junto a quien realiza importantes donaciones con fines sociales.
En su despedida no han dado ninguna pistas sobre su futuro, pero si se repasan sus carreras queda claro que realmente siempre les ha importado más innovar que dirigir. Además, ser consejero delegado de una empresa tecnológica ahora no genera el mismo entusiasmo que hace una década, cuando Page y Brin recibían el tratamiento de estrellas allí por donde iban y se colaban sonrientes en las portadas de revistas como PlayBoy. Google, igual que Facebook, Amazon y Apple, son vistas cada vez más como una amenaza por el poder y el control que han amasado. La filantropía es más gratificante.
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