Google relanza sus gafas. Esa montura sobre la que iban montadas una cámara, una minúscula pantalla cúbica a un solo ojo y un miniprocesador cuya presentación en 2013 provocó que muchos imaginaran un futuro inminente de ropa conectada, zapatillas inteligentes y cuellos de camisa que susurran información al oído. Seis años después ese sueño se ha hundido y el iceberg fueron, precisamente, las gafas de Google, incapaces de responder la pregunta clave para todo cachivache tecnológico: ¿pero eso, para qué sirve?
De una forma más técnica, un analista de gadgets aludiría a la ausencia de "las famosas killerapps", esas "que hacen que te compres un Apple Watch por lo del electrocardiograma o el contador de pasos, o un smartwatch [reloj inteligente] por la cámara y el WhatsApp". Es lo que señala a eldiario.es Álvaro Ibáñez, editor de Microsiervos, el decano en España en estas lides, que recuerda que las Google Glass tampoco eran precisamente baratas. Su precio y no tener una funcionalidad clara para ningún tipo de usuario mataron el primer proyecto de gafas inteligentes.
Las Google Glass de 2019 valen 999 dólares, pero no se expondrán en los mostradores de las grandes superficies. Google ha reorientado el producto hacia un cliente profesional y ahora, más que un wearable(tecnología vestible o que se lleva puesta) es un dispositivo pensado para convertir a los operarios en cíborgs que pueden manejar y consultar un ordenador sin usar las manos ni moverse de su puesto.
Hoy la multinacional americana tiene claro para qué sirven sus gafas: para no distraerse ("se adapta de manera intuitiva a tu flujo de trabajo y te ayuda a mantenerte centrado en el trabajo de alto valor eliminando las distracciones"); para tener cualquier dato a golpe de vista ("acceda a vídeos de entrenamiento, imágenes con anotaciones o protocolos de seguridad") y para hacer posible que otros vean lo que ve el usuario ("Glass puede conectarte con tus compañeros en un instante, trayendo su experiencia al lugar donde te encuentras. Invítalos a "ver lo que tú ves" a través de una transmisión de vídeo para que puedan colaborar y solucionar problemas en tiempo real").
Es el segundo modelo de Glass que Google destina a este mercado después de una primera versión lanzada en 2017, aunque entonces seguían siendo un prototipo. Con esta nueva versión Google ha sacado definitivamente las Glass de su división de ideas (Google X) y lo ha convertido en un producto propio. Es un nicho pequeño pero que ya explotaba Microsoft con un modelo de gafas de realidad aumentada, las Hololens. Son 2.500 dólares más caras que las Glass, pero sus capacidades para crear realidades mixtas entre lo real y lo virtual superan al modelo de Google.
Aunque Google sigue llamando wearable a las Glass, ya nadie se acuerda de ellas en este segmento. "Fue un concepto que quedó en nada, hubo mucho bombo con ellas pero yo creo que es una tecnología que no estamos preparados para utilizar ni se le puede sacar todo el partido que puede tener. Eran muy caras, no había contenidos, no había nada", señala a eldiario.es Mikel Ibai López, product manager del departamento de Compras de MediaMarkt.
Adiós, Glass. Hola, reloj con electrocardiograma
Sin la referencia del dispositivo que llenaba horas de publicidad gratuita en televisión y con el que posaban presidentes de Gobierno, el segmento de la tecnología vestible quedó desnudo. La ropa inteligente ni estaba ni se la esperaba, mientras que "el smartwatch en sí tampoco existía. Era más una cosa deportiva, salías a correr con una pulsera con GPS. De repente los fabricantes de telefonía vieron potencial, decidieron lanzarse y sacaron los smartwatches, aunque al principio realmente eran lo mismo que tenías en el móvil, pero en la pulsera. Pero ya no era algo destinado solo a hacer deporte", explica López.
En 2017 Apple dio el golpe de efecto definitivo. En su segundo modelo de reloj inteligente incorporó la capacidad para hacer electrocardiogramas reconocidos por la Food & Drug Administration estadounidense (que pone menos condiciones que la agencia homóloga española y la de la UE, donde dos años después no ha conseguido el certificado) y le dio a los wearables un perfil de producto medidor de constantes vitales que le ha permitido conservar su espacio en la cacharrería.
"Estos dispositivos son interesantes para los consumidores a partir de sus funciones (para hacer deporte, medir actividad en general, tener un registro en aspectos de salud, análisis del sueño, controlar a distancia otros dispositivos, etc.)", exponen fuentes de Amazon consultadas por este medio.
"Estamos en una época de mucho éxito en todos los tipos de wearables. En Amazon.es contamos con cientos de referencias pues con el tiempo la gente tiende a ir subiendo de gama de wearables para ir añadiendo más funcionalidades, pero por otro lado entra nueva demanda en los wearables con menos funcionalidades, pues los clientes lo buscan para una función en concreto", detallan.
Todos los distribuidores consultados para la elaboración de esta información coinciden en que este tipo de dispositivos están, ahora sí, en auge. También desde PcComponentes: "El mercado de wearables ha madurado muchísimo en poco tiempo", expone Alejandro Gutiérrez, jefe de su departamento de Compras.
Además de la incorporación de medidores de constantes vitales, Gutiérrez señala como punto de inflexión las "mejoras relacionadas con la autonomía, talón de Aquiles de esta tecnología. Cargar el móvil a diario es algo que tenemos asumido, pero cargar nuestra pulsera de actividad/smartwatch a diario, cuando además monitoriza el sueño, es algo que frena bastante al usuario en el momento de la decisión de compra", revela.
Y por último el precio, siempre el precio. Si Apple ayudó a definir el concepto wearable en 2017 con sus electrocardiogramas, las marcas chinas han colaborado de igual manera al tirar los precios y obligar a las del resto del mundo a comedirse. Porque la pregunta '¿pero eso, para qué sirve?' es importante, pero si eso es barato, cuesta mucho menos atreverse a descubrirlo.
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