lunes, 21 de octubre de 2019

La inteligencia artificial ya no es ciencia ficción

FOTO SHUTTERSTOCK

Cirujanos que podrán operar desde la distancia y en tiempo real, mediante un robot, a pacientes en otro continente, es tan solo uno de los avances que se prevén con al puesta en marcha de la tecnología 5G.

Al mejor estilo de la serie de Netflix Black Mirror, se espera que en 10 años desaparezcan los teléfonos y todos estemos hiperconectados.

El entusiasmo por el advenimiento de las nuevas autopistas de la comunicación por las que circularán nuestros datos vuelve a retozarse en epítetos superlativos. Si atendemos a los cánticos de tecnológicas, operadoras y demás agentes del mercado, el 5G es the next big thing, el nuevo gran acontecimiento, el enésimo game changer, la clave que lo cambiará todo.

El 5G desembarca envuelto en campañas de marketing y comunicación que anuncian un mundo hiperconectado de granjas inteligentes en las que se siembre, riegue y coseche con eficiencia gracias al procesamiento de datos del suelo y el clima, y de autos autónomos compartiendo información al milisegundo que nos avisarán de que hay una roca tras la curva. No faltan voces que alertan de que nos encontramos ante un nuevo hype, un fenómeno que, además, esconde derivadas inquietantes.

Por lo pronto, el culebrón que rodea a este nuevo imán tecnológico no ha empezado mal: mandatarios con pinta de ogros enfrascados en una guerra comercial tras la que late la lucha por la supremacía mundial; promesas de velocidad, aromas de latencia y, por si faltaban ingredientes, perspectivas francamente favorables para todo el que quiera ser hacker en la nueva era.
A toda velocidad


Nuestros teléfonos descargarán más rápido. Bajaremos películas en un segundo. El tiempo que transcurrirá entre el que enviamos un mensaje y este llega –la latencia– será de un milisegundo –ahora oscila entre los 40 milisegundos y una décima de segundo–, por debajo del tiempo de respuesta de un ser humano. El 5G, quinta generación de telefonía móvil, permitirá desarrollar sistemas que harán que nuestro carro frene si el de adelante lo hace. Y serán miles, pronto un millón, el número de dispositivos –móviles, aparatos, sensores– que puedan conectarse por metro cuadrado sin que ello afecte a la cobertura. La quinta generación de móvil, a pleno rendimiento, llegará, como pronto, a partir de 2021.

La información viajará por bandas de alta frecuencia, habrá antenas por doquier y por las nuevas autopistas de la información circularán ingentes cantidades de datos.

Eso permitirá ver a gente jugando videojuegos como Fortnite, League of Legends o Call of Duty, que hoy día solo ofrecen buen resultado con la conexión de casa, en el móvil; fábricas inteligentes con todas las máquinas de la producción conectadas y compartiendo información, y algún día no muy lejano, drones sustituyendo a los mensajeros en los repartos a domicilio.

La combinación de 5G e inteligencia artificial, se supone, es la puerta de entrada al Internet de las cosas (IOT, por sus siglas en inglés).

Caminaremos por la calle de una ciudad inteligente con unas gafas o unos auriculares que nos dirán el nombre de esa persona con la que nos acabamos de encontrar y del cual preferimos acordarnos.

La oportuna y valiosa información aparecerá sobreimpresionada sobre la realidad gracias a las gafas o nos será susurrada al oído.

“Pasaremos a vivir en la realidad mixta” –también llamada realidad aumentada–, vaticina Xavier Alamán, catedrático de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial de la Universidad Autónoma de Madrid. Estaremos esperando al bus con nuestras gafas, pero podremos ver por dónde va y si se está aproximando a nuestra calle.
Todos con gafas


Alamán demuestra ser un entusiasta de las Microsoft HoloLens, unas gafas-visera parecidas a las de esquí que nos permiten interactuar con proyecciones de gráficos en 3D. Aportarán información a, por ejemplo, un mecánico que podrá ver gráficos del interior del motor flotando en el aire, mientras repara un automóvil. En un futuro no muy lejano, las gafas nos permitirán desplegar sobre la realidad una pantalla de cine virtual en la que veremos la película (a escala muy superior a la de las actuales tabletas), mientras en un lateral leeremos los whatsapps o equivalentes.

“Si todos dan el salto a ese tipo de dispositivo, el mundo cambiará más de lo que lo ha hecho con el teléfono móvil”, augura Alamán. La gente vivirá en un entorno que mezcla la realidad con lo virtual. La fiebre que se despertó hace tres años la caza de figuras virtuales de Pokémon GO es un simple aperitivo.

El futuro que se abre en el mundo de los wearables, las tecnologías ponibles, gafas, relojes, auriculares, es algo por lo que apuestan muchas marcas, entre ellas Samsung. El gigante tecnológico coreano presentó su estrategia 5G el pasado mes de junio en Corea.

Huawei, por su parte, tiene presencia en 170 países y ha suscrito ya 50 contratos con operadores de todo el planeta, según los datos que facilita la compañía. Fueron los primeros, enfatizan, en poner a disposición de sus clientes una red 5G completa de extremo a extremo –solo tiene un puñado de rivales como proveedores de redes: Nokia (Finlandia), Ericsson (Suecia), Samsung (Corea), DoCoMo (Japón) y ZTE (China)–. Se están desplegando por el mundo ofreciendo precios muy competitivos. Y todo ello contribuye a que Jin Yong estime que Huawei está siendo usado en la guerra comercial entre EE. UU. y China. “Si no puedo competir contigo y superarte, te veto”, dice Yong, molesto. “Es una lógica ridícula. Y están utilizando su poder como nación contra Huawei, una compañía privada”.

La marca acusó una caída del 30% en las ventas de teléfonos en España en la primera semana tras la crisis desencadenada por Trump.

El analista e investigador bielorruso Evgeny Morozov, autor de la reciente e incisiva colección de ensayos Capitalismo Big Tech, va más allá en su análisis de la crisis. “Cualquier país razonable puede apreciar que EE. UU. está dispuesto a utilizar herramientas de extorsión para ganar alguna ventaja en las negociaciones comerciales”, dice en conversación telefónica desde el sur de Italia. Morozov no descarta la existencia de puertas traseras en equipamientos de Huawei, pero añade que “la probabilidad de que los dispositivos y accesorios que llegan de EE. UU. tengan agujeros y puertas traseras es aún más alta. Los estadounidenses han escuchado nuestros teléfonos durante años y este es un escándalo que Europa aún tiene que abordar. Técnicamente hablando, preocuparse de la vulnerabilidad de nuestras redes no tiene sentido, porque ya son vulnerables: está claro que la NSA (Agencia de Inteligencia de EE. UU.) tiene una manera de monitorizarlas”.

El futuro, en cualquier caso, se presenta más vulnerable. Aunque los expertos aseguran que las redes 5G son a priori más seguras que sus predecesoras, la mera multiplicación de millones de antenas y el crecimiento exponencial de los dispositivos conectados en el IOT ofrecerán nuevas y suculentas oportunidades para el hackeo. “Cuanta más tecnología utilizamos, más vulnerables somos”, afirma el experto en seguridad informática David Barroso. “Cuanto mayor es la exposición, peor”.

Las prevenciones ante el desarrollo del 5G no se frenan ahí. Hay voces que se alzan contra algo que, dicen, ahondará la brecha digital, que conectará todavía más a los ya conectados. Peter Bloom, fundador de Rhizomatica, asociación civil que despliega redes alternativas para abastecer a lugares remotos o aislados, sostiene en una colección de ensayos que el problema del 5G es que no está centrado en los humanos, sino en las máquinas. Son ellas las que se comunican entre sí, no nosotros. “Cuando la gente ya no es el foco intrínseco del sistema de comunicación”, escribe, “entonces algo fundamental ha cambiado en la naturaleza de la Red”.

Cuanta más tecnología usamos, más problemas revolvemos, sí, y también más creamos. La hiperconectividad viene cargada de facilidad de acceso, rapidez, agilidad en las comunicaciones, nuevas comodidades. Pero cuantos más dispositivos haya y más información compartamos por el éter, más vulnerables seremos y más posibilidades habrá de que nos vigilen, de que nos espíen y, por tanto, de ser manipulados.

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